domingo, 15 de marzo de 2015

Introducción al Quijote














Introducción a la novela moderna: El Quijote


1) ¿Qué sabes del Quijote?, ¿y de Miguel de Cervantes Saavedra?, ¿y de la literatura de los siglos de Oro en España?
a) Por grupos elegir  uno de estos temas.
b) Buscar información sobre el tema que les ha tocado para preparar una breve exposición
para la clase siguiente (no más de diez  minutos).
2) Toma nota sobre las exposiciones de tus compañeros: es muy posible que te ayuden a entender mejor el texto que vas a leer a continuación.

CAPÍTULO I (fragmento)
Que trata de la condición y ejercicio del famoso y valiente hidalgo  don Quijote de La Mancha


En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme , no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor . Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches , duelos y quebrantos los sábados , lantejas los viernes , algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda . El resto della concluían sayo de velarte , calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo , y los días de entre semana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera . Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijano». Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.


1) Formula hipótesis sobre las siguientes preguntas: ¿Por qué el narrador no quiere acordarse del lugar exacto de la Mancha?, ¿por qué duda del auténtico apellido?


2) Busca elementos del texto que sirvan para apoyar las hipótesis planteadas.
3) Con respecto a la descripción:
  • a - ¿cómo está organizada la información?, ¿de qué habla primero el narrador?, ¿y después?
  • b - Analizar el lenguaje que se utiliza para describir (¿vemos la descripción?, ¿cómo consigue el narrador que la veamos?).


REFLEXIÓN SOBRE LA LECTURA. Si nos paramos a pensar sobre la estructura temática de la descripción, nos damos cuenta de que, para el narrador, un personaje puede definirse por su condición social, por el lugar en el que vive, por lo que come, por cómo viste, por con quién vive, por su aspecto físico, sus aficiones y, enlazando con lo primero, por su apellido. La selección de rasgos no es casual.


4) ¿Estás de acuerdo con esta serie de criterios para caracterizar a un personaje?, ¿crees que la información aportada es relevante? ¿Por qué?
5) ¿Crees que esta serie de criterios de caracterización sigue siendo actual o está desfasada? ¿Por qué?





CAPÍTULO VIII (fragmento)


Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento,  con otros sucesos dignos de felice recordación


En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
—La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra , y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra .
—¿Qué gigantes? —dijo Sancho Panza.
—Aquellos que allí ves —respondió su amo—, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
—Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes , sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
—Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras : ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes , que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba diciendo en voces altas:
—Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:
—Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.
Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre , arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero , que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.


REFLEXIÓN SOBRE LA LECTURA.  La estrategia narrativa de Cervantes es prodigiosa: ya en el primer capítulo veíamos cómo daba a su relato visos de verosimilitud a través de un narrador en primera persona, que se convertía en transcriptor de los sucesos; en este capítulo, la primera persona toma distancia y se coloca en la posición de alguien que observa la escena: refleja lo que los personajes dicen y lo que sucede. La primera persona pasa a ser una tercera. Como lectores, podemos interrogarnos respecto a la subjetividad de un narrador en primera persona, respecto a su capacidad para presentar de un modo deformado los acontecimientos, dentro de la lógica de la narración: la narrativa contemporánea está plagada de ejemplos de este tipo; sin embargo, no solemos cuestionarnos la verdad de lo que cuenta un narrador impersonal.


1) ¿Por qué sé que lo que ve don Quijote no es verdad?, ¿por qué concedo mayor credibilidad a Sancho?


REFLEXIÓN SOBRE LA LECTURA. Este fragmento —y todo el libro— está lleno de elementos, tomados de las novelas de caballerías, con los que Alonso Quijano se construye a sí mismo. La encomienda a Dulcinea, Rocinante, la figura del escudero, el atuendo del caballero, el uso arcaizante y estereotipado del lenguaje (¡Non fuyades!), los gigantes con los que combate y, por detrás de esos elementos visibles, los valores que los sustentan: el amor, la fidelidad, la lucha por los ideales, la libertad, la valentía… frente a estos ideales, la realidad ejerce como contrapeso traumático, para don Quijote y quién sabe si también para Miguel de Cervantes.


2)¿En qué elementos se observa que el libro puede leerse también como una parodia del género caballeresco?


REFLEXIÓN SOBRE LA LECTURA. Cervantes vive en un momento de la cultura española a caballo entre el idealismo clasicista del Renacimiento y el baño de crudo realismo inaugurado por ciertas propuestas estéticas del Barroco. Es un hombre, de formación neoplatónica, que experimenta en sus propias carnes el cambio económico e ideológico de la sociedad: los albores del libre mercado, el individualismo y un concepto distinto de la libertad vienen a sustituir la sacralización del mundo feudal, los códigos caballerescos, las jerarquías, los amores ideales, el bucolismo, la estilización literaria y los finales felices. Cervantes refleja en su obra la tensión entre lo ideal y lo real, en el marco de una España en la que el dinero empieza a ser un criterio de clasificación, frente a la nobleza de cuna. Es posible que el Quijote tenga la intención secundaria de parodiar los libros de caballerías, lo que no es lo mismo que «censurarlos»: recordemos que en el capítulo del escrutinio (I parte, VI), los libros no se queman por contener caballerías, sino por ser malos, epigonales…; sin embargo, a través de esa parodia, se retrata un nuevo mundo en construcción. En el Quijote se da una paradoja: la evasión literaria conduce a la acción al personaje; la búsqueda de un mundo alternativo a la realidad se convierte en materia de la vida y sumerge a don Quijote en la realidad con el afán de transformarla… El reaccionarismo de don Quijote lo conduce a adoptar una visión crítica respecto a lo real; la lucidez de Cervantes lo lleva a proponer un nuevo modelo estético, perdurable y universal.


3) Don Quijote ¿escapa de la realidad o se compromete con ella?
4) ¿Cuál es la intención de Cervantes al parodiar las novelas de caballerías? ¿Hay de verdad una intención moral de expurgar la literatura que puede ser perjudicial para la vida o se pone al descubierto la crisis de valores de un mundo que se está acabando?  


 REFLEXIÓN SOBRE LA LECTURA.  Don Quijote deforma la realidad tomando como procedimiento básico la analogía: es una locura con método retórico; una locura que pone en práctica las técnicas de las figuras retóricas: las metáforas, las comparaciones, las metonimias, las dilogías… Don Quijote transforma la realidad a través de un recurso del lenguaje literario y se inventa su locura, ciñéndose a las normas de un código genérico reconocible: el de los libros de caballerías. La locura de don Quijote es razonable, está codificada, se asienta en moldes culturales; la vida y la literatura no se pueden separar artificialmente, son conceptos que se retroalimentan: los valores vitales, las emociones, el sentimiento, tienen deudas con los códigos culturales, y del mismo modo no existe una literatura inocente, aséptica, ajena a la responsabilidad en el ámbito social… Partiendo de este racionalismo básico en el supuesto retrato de un idealista —¡es curioso cómo las interpretaciones literarias están llenas de anacronismos!— comprobamos cómo, para interpretar utilizamos conceptos extemporáneos en un determinado contexto histórico; y, sin embargo, ese juego de contextos es apasionante y, si no, que se lo digan a Borges —con su Pierre Menard, autor del Quijote—, el Quijote es una ficción que reflexiona sobre otra a través de un juego de espejos, deformaciones pre-esperpénticas e idealizaciones: Cervantes deforma los libros de caballerías que a la vez eran una deformación de lo real, a través de un personaje que deforma la realidad que observa. Volvemos a la tensión neoplatónica entre lo ideal y lo real: la visión de los gigantes, frente al realismo de la ridiculez de la lucha y de la gravedad del batacazo. A partir de ahí podemos formularnos preguntas de difícil respuesta: ¿es el realismo lo mismo que la realidad?, ¿podría ser realista esta escena, aunque los molinos fueran de verdad gigantes? El realismo es una estilización retórica, una selección de temas y de recursos, que tiene como finalidad la construcción textual de una realidad alternativa, verosímil… ahora bien: ¿puede ser ese referente real una fantasía? No creo y, sin embargo, en un libro de ciencia ficción o de terror pueden aplicarse técnicas realistas… es lo que tiene de bueno el Quijote: que nos hace pensar.


5) ¿Cómo transforma la realidad don Quijote?, ¿mediante qué procedimientos?
6) ¿Cómo se relacionan en el fragmento del capítulo VIII la realidad y la ficción?
7) ¿Qué me transmiten los personajes?, ¿es una escena patética, cómica, tierna?


CAPÍTULO XVI
De lo que le sucedió al ingenioso hidalgo en la venta que él se imaginaba ser castillo


(...)
Esta maravillosa quietud y los pensamientos que siempre nuestro caballero traía de los sucesos que a cada paso se cuentan en los libros autores de su desgracia, le trujo a la imaginación una de las estrañas locuras que buenamente imaginarse pueden; y fue que él se imaginó haber llegado a un famoso castillo (que, como se ha dicho, castillos eran a su parecer todas las ventas donde alojaba) y que la hija del ventero lo era del señor del castillo, la cual, vencida de su gentileza, se había enamorado dél y prometido que aquella noche, a furto de sus padres, vendría a yacer con él una buena pieza; y teniendo toda esta quimera que él se había fabricado por firme y valedera, se comenzó a acuitar y a pensar en el peligroso trance en que su honestidad se había de ver, y propuso en su corazón de no cometer alevosía a su señora Dulcinea del Toboso , aunque la mesma reina Ginebra con su dama Quintañona se le pusiesen delante .
Pensando, pues, en estos disparates, se llegó el tiempo y la hora (que para él fue menguada ) de la venida de la asturiana, la cual, en camisa y descalza, cogidos los cabellos en una albanega de fustán , con tácitos y atentados pasos , entró en el aposento donde los tres alojaban, en busca del arriero. Pero apenas llegó a la puerta, cuando don Quijote la sintió y, sentándose en la cama, a pesar de sus bizmas y con dolor de sus costillas, tendió los brazos para recebir a su fermosa doncella. La asturiana, que toda recogida y callando iba con las manos delante buscando a su querido, topó con los brazos de don Quijote, el cual la asió fuertemente de una muñeca y tirándola hacia sí, sin que ella osase hablar palabra, la hizo sentar sobre la cama. Tentóle luego la camisa, y, aunque ella era de arpillera, a él le pareció ser de finísimo y delgado cendal . Traía en las muñecas unas cuentas de vidro , pero a él le dieron vislumbres de preciosas perlas orientales. Los cabellos, que en alguna manera tiraban a crines, él los marcó por hebras de lucidísimo oro de Arabia, cuyo resplandor al del mesmo sol escurecía ; y el aliento, que sin duda alguna olía a ensalada fiambre y trasnochada , a él le pareció que arrojaba de su boca un olor suave y aromático; y, finalmente, él la pintó en su imaginación, de la misma traza y modo, lo que había leído en sus libros de la otra princesa que vino a ver el malferido caballero vencida de sus amores, con todos los adornos que aquí van puestos . Y era tanta la ceguedad del pobre hidalgo, que el tacto ni el aliento ni otras cosas que traía en sí la buena doncella no le desengañaban , las cuales pudieran hacer vomitar a otro que no fuera arriero; antes le parecía que tenía entre sus brazos a la diosa de la hermosura. Y, teniéndola bien asida, con voz amorosa y baja le comenzó a decir:
—Quisiera hallarme en términos, fermosa y alta señora, de poder pagar tamaña merced como la que con la vista de vuestra gran fermosura me habedes fecho; pero ha querido la fortuna, que no se cansa de perseguir a los buenos, ponerme en este lecho, donde yago tan molido y quebrantado, que aunque de mi voluntad quisiera satisfacer a la vuestra fuera imposible. Y más, que se añade a esta imposibilidad otra mayor, que es la prometida fe que tengo dada a la sin par Dulcinea del Toboso, única señora de mis más escondidos pensamientos; que si esto no hubiera de por medio, no fuera yo tan sandio caballero, que dejara pasar en blanco la venturosa ocasión en que vuestra gran bondad me ha puesto.
Maritornes estaba congojadísima y trasudando de verse tan asida de don Quijote, y, sin entender ni estar atenta a las razones que le decía, procuraba sin hablar palabra desasirse. El bueno del arriero, a quien tenían despierto sus malos deseos, desde el punto que entró su coima por la puerta la sintió , estuvo atentamente escuchando todo lo que don Quijote decía, y, celoso de que la asturiana le hubiese faltado la  palabra por otro, se fue llegando más al lecho de don Quijote y estúvose quedo hasta ver en qué paraban aquellas razones que él no podía entender; pero como vio que la moza forcejaba por desasirse y don Quijote trabajaba por tenella, pareciéndole mal la burla, enarboló el brazo en alto y descargó tan terrible puñada sobre las estrechas quijadas del enamorado caballero, que le bañó toda la boca en sangre; y, no contento con esto, se le subió encima de las costillas y con los pies más que de trote se las paseó todas de cabo a cabo.
(...)

REFLEXIÓN SOBRE LA LECTURA. El narrador nos presenta a don Quijote en el colmo de la placidez, de la ensoñación, en un mundo de fantasía, a solas con sus pensamientos, recreándose en ellos; después, sus pensamientos se ven ratificados con la aparición de Maritornes, un referente real que el caballero transforma para ajustarlo a su ideal y a su deseo; la escena culmina con el peso tangible de los golpes del arriero. Es como si el personaje del caballero bajase desde el cielo hasta el infierno, pasando por el purgatorio de Maritornes. Como si «bajase de las nubes»; sin embargo, para don Quijote «bajar de las nubes» no significa aprender nada: el personaje no sale de su ensueño, no se desengaña, viene con todas las lecciones y los códigos aprendidos de antemano y, sólo dentro de ellos, pervive su capacidad de sorpresa. El caballero reestructura cualquier experiencia para adaptarla a sus expectativas y a sus prejuicios caballerescos. A don Quijote la letra no le entra «con sangre» o, tal vez, es que el personaje evoluciona y  aprende de la vida sólo a través del código paralelo de los libros de caballerías: aprende como el caballero que cree ser, pero no como un ser humano de carne y hueso, que toma conciencia de la realidad.


1. ¿Cómo se distribuyen las informaciones a lo largo de la secuencia?, ¿existe alguna gradación?
2. ¿Implica esa gradación algún aprendizaje de don Quijote, a partir de la experiencia vivida?


REFLEXIÓN SOBRE LA LECTURA. La locura se construye en el texto a partir de una metáfora continua que es, al mismo tiempo, una hipérbole metaliteraria. Las visiones del Quijote son metamorfosis que operan a partir de un mecanismo metafórico que estiliza la realidad. La toma de conciencia de lo real, por parte de don Quijote, es previa a su estado de «enajenación» e implica un rechazo, una desubicación: la cabezonería del personaje —su «locura»— actúa como un mecanismo de defensa en un mundo hostil y cambiante. Así pues, la locura puede entenderse como la consecuencia de un exceso de sensibilidad asociado a un exceso de racionalidad: la locura es la paradójica concienciación de un ser inadaptado económicamente —recordemos la pobreza del hidalgo— y, en consecuencia, socialmente —la nobleza de la sangre comienza a ser un valor «relativo» con el que se puede mercadear—. La locura es el efecto de un desajuste entre la ideología del individuo y la ideología del sistema, entre el anclaje en el pasado y un camino hacia un futuro lleno de imperfecciones e injusticias. La misma palabra «enajenado», en su acepción de ser otro, de creerse otro, de sentirse ajeno a uno mismo, se relaciona con la ambigüedad de Alonso Quijano como individuo perteneciente a la parcela de realidad «real» del libro: recordemos las dudas sobre el apellido, el proceso de «desidentificación» y de desubicación del personaje que se viene produciendo desde el arranque del libro. La enajenación, la metáfora y la ficción son fórmulas para encontrar un hueco en un mundo que hace que el yo real del personaje no tenga sentido, se descomponga, se diluya en una niebla…


3. ¿Cómo se construye la locura del hidalgo en este capítulo?, ¿qué puede significar la locura de don Qujiote?


REFLEXIÓN SOBRE LA LECTURA. Aunque, en el texto, la locura pueda interpretarse como el punto de inflexión que permite llegar a la síntesis de conceptos falazmente antagónicos, como vida y literatura, realidad y ficción, materia y espíritu —siempre las dos caras de una misma moneda—, en este capítulo la ideología de la realidad y, por tanto, el realismo —el golpe entre las quijadas, la boca llena de sangre, la costillas quebrantadas que aparecen materialmente en el texto— vencen claramente a la ideología de la ficción del personaje. El contexto de ensoñación choca con la faceta más soez y chabacana de la realidad: una moza, más bien fea, y un arriero, más bien rudo, conciertan una cita para copular a escondidas sobre un camastro. Presenciamos una escena que podría considerarse el simétrico opuesto del modelo del amor cortés que reflejan los libros de caballerías. Por otro lado, es importante apuntar que si ya hemos visto al caballero «hecho a sí mismo» don Quijote de la Mancha en su faceta guerrera, ahora tenemos la oportunidad de verlo en su faceta amatoria: la figura del caballero ya está completa, y en los dos campos, don Quijote ve visiones. Ese «hacerse a sí mismo», esa locura de don Quijote, puede responder a los nuevos valores del nuevo mundo; es un impulso que «moderniza» al personaje desubicado y, en su inadaptación y su demencia, lo adapta y lo hace coherente dentro de su mundo: un don Quijote inteligente que sabe adaptarse al medio, aunque sea por un procedimiento tan insólito, como paradójico. Todo ello puede interpretarse también en una clave metaliteraria: el nuevo modelo cervantino refleja la ideología de un nuevo orden de cosas, y ese reflejo es el que lo hace conectar con un nuevo tipo de lector. Es posible deducir la lección de que la literatura anclada en los viejos valores ya no sirve y de que una literatura al margen de los parámetros ideológicos de la realidad es inconcebible: la ética y la estética son una cara y su cruz.


En el contraste antagónico entre la realidad y la ficción, entre la ideología de la realidad y la ideología de la ficción, entre el ámbito material y el ámbito ideal, ¿cuál sale ganando en este nuevo enfrentamiento?


REFLEXIÓN SOBRE LA LECTURA. Se presenta a una Maritornes doble: la Maritornes real se caricaturiza y degrada, a través de la hipérbole negativa, como en una premonición de los espejos deformantes del callejón de Álvarez Gato en el esperpento valleinclanesco; por otro lado, la Maritornes de la visión de don Quijote se ha mirado en el espejito mágico de la ficción caballeresca y se ha transformado en una beldad, a través de la utilización de la hipérbole estilizadora, embellecedora y metaliteraria. El caballero ve lo que quiere ver, aunque tal vez nos quepa la duda de si eso que quiere ver el caballero, al margen de princesas, doncellas, hebras rubias y finos cendales, no es exactamente lo que desea: una moza recia, vital, cárnica y material. Una moza que lleva una redecilla en el pelo y que exhala aliento de ajo… ¿o es que no nos acordamos de quién y cómo es Dulcinea? Para ello os recomiendo la lectura del capítulo XXXI, en el que la imagen real de la moza no la describe, en este caso, el narrador, sino el mismísimo Sancho, que viene de entregarle una carta que le ha escrito el caballero a su dama… Yo creo que a don Quijote este tipo de mozas, en el fondo, le gustan más que comer con los dedos. Con todo, para que el proceso de idealización y de reajuste hacia el deseo se lleven a cabo, parece que debe existir una base tangible, sólida, palpable: ¿cuando la pobreza entra por la puerta el amor salta por la ventana? En cuanto a la verosimilitud de todo el fragmento, ésta se basa narrativamente en dos puntales: uno recurrente a lo largo de todo el libro (el punto de vista de don Quijote); otro, particular de este capítulo, tiene que ver con la contextualización de una escena que bien pudiera pertenecer a una comedia de la época: don Quijote está maltrecho a causa de una de sus aventuras; está soñando, quizá a punto de dormir; la escena se desarrolla en la penumbra… un cúmulo de elementos que hacen verosímil el episodio en el plano de la fabulación quijotesca y en el de las condiciones materiales reales.


5. ¿Cómo se produce la metamorfosis de Maritornes?, ¿es verosímil?


CAPÍTULO XXII
De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que mal de su grado los llevaban donde no quisieran ir


Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego , en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia, que después que entre el famoso don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, su escudero, pasaron aquellas razones que en el fin del capítulo veinte y uno quedan referidas, que don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie, ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos; venían ansimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie: los de a caballo, con escopetas de rueda , y los de a pie, con dardos y espadas; y que así como Sancho Panza los vido, dijo:
—Esta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras.
—¿Cómo gente forzada? —preguntó don Quijote—. ¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna gente?
—No digo eso —respondió Sancho—, sino que es gente que por sus delitos va condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza.
—En resolución —replicó don Quijote—, como quiera que ello sea, esta gente, aunque los llevan, van de por fuerza, y no de su voluntad.
—Así es —dijo Sancho.
—Pues, desa manera —dijo su amo—, aquí encaja la ejecución de mi oficio: desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables.
—Advierta vuestra merced —dijo Sancho— que la justicia, que es el mesmo rey, no hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus delitos.
Llegó en esto la cadena de los galeotes y don Quijote con muy corteses razones pidió a los que iban en su guarda fuesen servidos de informalle y decille la causa o causas porque llevaban aquella gente de aquella manera.
Una de las guardas de a caballo respondió que eran galeotes, gente de Su Majestad, que iba a galeras, y que no había más que decir, ni él tenía más que saber.
—Con todo eso —replicó don Quijote—, querría saber de cada uno dellos en particular la causa de su desgracia.
Añadió a estas otras tales y tan comedidas razones para moverlos a que le dijesen lo que deseaba, que la otra guarda de a caballo le dijo:
—Aunque llevamos aquí el registro y la fe de las sentencias de cada uno destos malaventurados, no es tiempo este de detenerles a sacarlas ni a leellas: vuestra merced llegue y se lo pregunte a ellos mesmos, que ellos lo dirán si quisieren, que sí querrán, porque es gente que recibe gusto de hacer y decir bellaquerías.
Con esta licencia, que don Quijote se tomara aunque no se la dieran, se llegó a la cadena y al primero le preguntó que por qué pecados iba de tan mala guisa. Él le respondió que por enamorado iba de aquella manera.
—¿Por eso no más? —replicó don Quijote—. Pues si por enamorados echan a galeras, días ha que pudiera yo estar bogando en ellas.
—No son los amores como los que vuestra merced piensa —dijo el galeote—, que los míos fueron que quise tanto a una canasta de colar atestada de ropa blanca, que la abracé conmigo tan fuertemente, que a no quitármela la justicia por fuerza, aún hasta agora no la hubiera dejado de mi voluntad. Fue en fragante, no hubo lugar de tormento, concluyóse la causa, acomodáronme las espaldas con ciento, y por añadidura tres precisos de gurapas, y acabóse la obra.
—¿Qué son gurapas? —preguntó don Quijote.
Gurapas son galeras —respondió el galeote.
El cual era un mozo de hasta edad de veinte y cuatro años, y dijo que era natural de Piedrahíta. Lo mesmo preguntó don Quijote al segundo, el cual no respondió palabra, según iba de triste y malencónico [*], mas respondió por él el primero y dijo:
—Este, señor, va por canario, digo, por músico y cantor.
—Pues ¿cómo? —replicó don Quijote—. ¿Por músicos y cantores van también a galeras?
—Sí, señor —respondió el galeote—, que no hay peor cosa que cantar en el ansia.
—Antes he yo oído decir —dijo don Quijote— que quien canta sus males espanta.
—Acá es al revés —dijo el galeote—, que quien canta una vez llora toda la vida.
—No lo entiendo —dijo don Quijote.
Mas una de las guardas le dijo:
—Señor caballero, cantar en el ansia se dice entre esta gente non santa confesar en el tormento. A este pecador le dieron tormento y confesó su delito, que era ser cuatrero, que es ser ladrón de bestias, y por haber confesado le condenaron por seis años a galeras, amén de docientos azotes que ya lleva en las espaldas; y va siempre pensativo y triste porque los demás ladrones que allá quedan y aquí van le maltratan y aniquilan y escarnecen y tienen en poco, porque confesó y no tuvo ánimo de decir nones. Porque dicen ellos que tantas letras tiene un no como un y que harta ventura tiene un delincuente que está en su lengua su vida o su muerte, y no en la de los testigos y probanzas; y para mí tengo que no van muy fuera de camino.
—Y yo lo entiendo así —respondió don Quijote.
El cual, pasando al tercero, preguntó lo que a los otros; el cual de presto y con mucho desenfado respondió y dijo:
—Yo voy por cinco años a las señoras gurapas por faltarme diez ducados.
—Yo daré veinte de muy buena gana —dijo don Quijote— por libraros desa pesadumbre.
—Eso me parece —respondió el galeote— como quien tiene dineros en mitad del golfo y se está muriendo de hambre, sin tener adonde comprar lo que ha menester. Dígolo porque si a su tiempo tuviera yo esos veinte ducados que vuestra merced ahora me ofrece, hubiera untado con ellos la péndola del escribano y avivado el ingenio del procurador, de manera que hoy me viera en mitad de la plaza de Zocodover de Toledo, y no en este camino, atraillado como galgo; pero Dios es grande: paciencia, y basta.
Pasó don Quijote al cuarto, que era un hombre de venerable rostro, con una barba blanca que le pasaba del pecho; el cual, oyéndose preguntar la causa por que allí venía, comenzó a llorar y no respondió palabra; mas el quinto condenado le sirvió de lengua y dijo:
—Este hombre honrado va por cuatro años a galeras, habiendo paseado las acostumbradas, vestido, en pompa y a caballo.
—Eso es —dijo Sancho Panza—, a lo que a mí me parece, haber salido a la vergüenza.
—Así es —replicó el galeote—, y la culpa por que le dieron esta pena es por haber sido corredor de oreja, y aun de todo el cuerpo. En efecto, quiero decir que este caballero va por alcahuete y por tener asimesmo sus puntas y collar de hechicero.
—A no haberle añadido esas puntas y collar —dijo don Quijote—, por solamente el alcahuete limpio no merecía él ir a bogar en las galeras, sino a mandallas y a ser general dellas. Porque no es así como quiera el oficio de alcahuete, que es oficio de discretos y necesarísimo en la república bien ordenada, y que no le debía ejercer sino gente muy bien nacida; y aun había de haber veedor y examinador de los tales, como le hay de los demás oficios, con número deputado y conocido, como corredores de lonja, y desta manera se escusarían muchos males que se causan por andar este oficio y ejercicio entre gente idiota y de poco entendimiento, como son mujercillas de poco más a menos, pajecillos y truhanes de pocos años y de poca experiencia, que, a la más necesaria ocasión y cuando es menester dar una traza que importe, se les yelan las migas entre la boca y la mano, y no saben cuál es su mano derecha. Quisiera pasar adelante y dar las razones por que convenía hacer elección de los que en la república habían de tener tan necesario oficio, pero no es el lugar acomodado para ello: algún día lo diré a quien lo pueda proveer y remediar. Solo digo ahora que la pena que me ha causado ver estas blancas canas y este rostro venerable en tanta fatiga por alcahuete, me la ha quitado el adjunto de ser hechicero. Aunque bien sé que no hay hechizos en el mundo que puedan mover y forzar la voluntad, como algunos simples piensan, que es libre nuestro albedrío y no hay yerba ni encanto que le fuerce: lo que suelen hacer algunas mujercillas simples y algunos embusteros bellacos es algunas misturas y venenos, con que vuelven locos a los hombres, dando a entender que tienen fuerza para hacer querer bien, siendo, como digo, cosa imposible forzar la voluntad.
—Así es —dijo el buen viejo—, y en verdad, señor, que en lo de hechicero que no tuve culpa; en lo de alcahuete, no lo pude negar, pero nunca pensé que hacía mal en ello, que toda mi intención era que todo el mundo se holgase y viviese en paz y quietud, sin pendencias ni penas; pero no me aprovechó nada este buen deseo para dejar de ir adonde no espero volver, según me cargan los años y un mal de orina que llevo, que no me deja reposar un rato.
Y aquí tornó a su llanto como de primero; y túvole Sancho tanta compasión, que sacó un real de a cuatro del seno y se le dio de limosna.
Pasó adelante don Quijote y preguntó a otro su delito, el cual respondió con no menos, sino con mucha más gallardía que el pasado:
—Yo voy aquí porque me burlé demasiadamente con dos primas hermanas mías y con otras dos hermanas que no lo eran mías; finalmente, tanto me burlé con todas, que resultó de la burla crecer la parentela tan intricadamente, que no hay diablo que la declare. Probóseme todo, faltó favor, no tuve dineros, víame a pique de perder los tragaderos, sentenciáronme a galeras por seis años, consentí: castigo es de mi culpa; mozo soy: dure la vida, que con ella todo se alcanza. Si vuestra merced, señor caballero, lleva alguna cosa con que socorrer a estos pobretes, Dios se lo pagará en el cielo y nosotros tendremos en la tierra cuidado de rogar a Dios en nuestras oraciones por la vida y salud de vuestra merced, que sea tan larga y tan buena como su buena presencia merece.
Este iba en hábito de estudiante, y dijo una de las guardas que era muy grande hablador y muy gentil latino.
Tras todos estos venía un hombre de muy buen parecer, de edad de treinta años, sino que al mirar metía el un ojo en el otro un poco. Venía diferentemente atado que los demás, porque traía una cadena al pie, tan grande, que se la liaba por todo el cuerpo, y dos argollas a la garganta, la una en la cadena y la otra de las que llaman guardaamigo o pie de amigo, de la cual decendían dos hierros que llegaban a la cintura, en los cuales se asían dos esposas, donde llevaba las manos, cerradas con un grueso candado, de manera que ni con las manos podía llegar a la boca ni podía bajar la cabeza a llegar a las manos. Preguntó don Quijote que cómo iba aquel hombre con tantas prisiones más que los otros. Respondióle la guarda porquetenía aquel solo más delitos que todos los otros juntos y que era tan atrevido y tan grande bellaco, que, aunque le llevaban de aquella manera, no iban seguros dél, sino que temían que se les había de huir.
—¿Qué delitos puede tener —dijo don Quijote—, si no han merecido más pena que echalle a las galeras?
—Va por diez años —replicó la guarda—, que es como muerte cevil. No se quiera saber más sino que este buen hombre es el famoso Ginés de Pasamonte, que por otro nombre llaman Ginesillo de Parapilla.
—Señor comisario —dijo entonces el galeote—, váyase poco a poco y no andemos ahora a deslindar nombres y sobrenombres. Ginés me llamo, y no Ginesillo, y Pasamonte es mi alcurnia, y no Parapilla, como voacé dice; y cada uno se dé una vuelta a la redonda, y no hará poco.
—Hable con menos tono —replicó el comisario— , señor ladrón de más de la marca, si no quiere que le haga callar, mal que le pese.
—Bien parece —respondió el galeote— que va el hombre como Dios es servido, pero algún día sabrá alguno si me llamo Ginesillo de Parapilla o no.
—Pues ¿no te llaman ansí, embustero? —dijo la guarda.
—Sí llaman —respondió Ginés—, mas yo haré que no me lo llamen, o me las pelaría donde yo digo entre mis dientes. Señor caballero, si tiene algo que darnos, dénoslo ya y vaya con Dios, que ya enfada con tanto querer saber vidas ajenas; y si la mía quiere saber, sepa que yo soy Ginés de Pasamonte, cuya vida está escrita por estos pulgares.
—Dice verdad —dijo el comisario—, que él mesmo ha escrito su historia, que no hay más que desear, y deja empeñado el libro en la cárcel en docientos reales.
—Y le pienso quitar —dijo Ginés—, si quedara en docientos ducados.
—¿Tan bueno es? —dijo don Quijote.
—Es tan bueno —respondió Ginés—, que mal año para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquel género se han escrito o escribieren. Lo que le sé decir a voacé es que trata verdades y que son verdades tan lindas y tan donosas que no pueden haber mentiras que se le igualen.
—¿Y cómo se intitula el libro? —preguntó don Quijote.
La vida de Ginés de Pasamonte —respondió el mismo.
—¿Y está acabado? —preguntó don Quijote.
—¿Cómo puede estar acabado —respondió él—, si aún no está acabada mi vida? Lo que está escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta última vez me han echado en galeras.
—Luego ¿otra vez habéis estado en ellas? —dijo don Quijote.
—Para servir a Dios y al rey, otra vez he estado cuatro años, y ya sé a qué sabe el bizcocho y el corbacho. —respondió Ginés—; y no me pesa mucho de ir a ellas, porque allí tendré lugar de acabar mi libro, que me quedan muchas cosas que decir y en las galeras de España hay más sosiego de aquel que sería menester, aunque no es menester mucho más para lo que yo tengo de escribir, porque me lo sé de coro.
—Hábil pareces —dijo don Quijote.
—Y desdichado —respondió Ginés—, porque siempre las desdichas persiguen al buen ingenio.
—Persiguen a los bellacos —dijo el comisario.
—Ya le he dicho, señor comisario —respondió Pasamonte—, que se vaya poco a poco, que aquellos señores no le dieron esa vara para que maltratase a los pobretes que aquí vamos, sino para que nos guiase y llevase adonde Su Majestad manda. Si no, por vida de... Basta, que podría ser que saliesen algún día en la colada las manchas que se hicieron en la venta, y todo el mundo calle y viva bien y hable mejor, y caminemos, que ya es mucho regodeo este.
Alzó la vara en alto el comisario para dar a Pasamonte, en respuesta de sus amenazas, mas don Quijote se puso en medio y le rogó que no le maltratase, pues no era mucho que quien llevaba tan atadas las manos tuviese algún tanto suelta la lengua. Y volviéndose a todos los de la cadena, dijo:
—De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan mucho gusto y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad, y que podría ser que el poco ánimo que aquel tuvo en el tormento, la falta de dineros deste, el poco favor del otro y, finalmente, el torcido juicio del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición y de no haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades. Todo lo cual se me representa a mí ahora en la memoria, de manera que me está diciendo, persuadiendo y aun forzando que muestre con vosotros el efeto para que el cielo me arrojó al mundo y me hizo profesar en él la orden de caballería que profeso, y el voto que en ella hice de favorecer a los menesterosos y opresos de los mayores. Pero, porque sé que una de las partes de la prudencia es que lo que se puede hacer por bien no se haga por mal, quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean servidos de desataros y dejaros ir en paz, que no faltarán otros que sirvan al rey en mejores ocasiones, porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres. Cuanto más, señores guardas —añadió don Quijote—, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido esto con esta mansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que agradeceros; y cuando de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo, harán que lo hagáis por fuerza. —¡Donosa majadería! —respondió el comisario—. ¡Bueno está el donaire con que ha salido a cabo de rato! ¡Los forzados del rey quiere que le dejemos, como si tuviéramos autoridad para soltarlos, o él la tuviera para mandárnoslo! Váyase vuestra merced, señor, norabuena su camino adelante y enderécese ese bacín que trae en la cabeza y no ande buscando tres pies al gato.
—¡Vois sois el gato y el rato y el bellaco! —respondió don Quijote.
Y, diciendo y haciendo, arremetió con él tan presto, que, sin que tuviese lugar de ponerse en defensa, dio con él en el suelo malherido de una lanzada; y avínole bien, que este era el de la escopeta. Las demás guardas quedaron atónitas y suspensas del no esperado acontecimiento, pero, volviendo sobre sí, pusieron mano a sus espadas los de a caballo, y los de a pie a sus dardos, y arremetieron a don Quijote, que con mucho sosiego los aguardaba y sin duda lo pasara mal, si los galeotes, viendo la ocasión que se les ofrecía de alcanzar libertad, no la procuraran, procurando romper la cadena donde venían ensartados. Fue la revuelta de manera que las guardas, ya por acudir a los galeotes que se desataban, ya por acometer a don Quijote que los acometía, no hicieron cosa que fuese de provecho.
Ayudó Sancho por su parte a la soltura de Ginés de Pasamonte, que fue el primero que saltó en la campaña libre y desembarazado, y, arremetiendo al comisario caído, le quitó la espada y la escopeta, con la cual, apuntando al uno y señalando al otro sin disparalla jamás, no quedó guarda en todo el campo, porque se fueron huyendo, así de la escopeta de Pasamonte como de las muchas pedradas que los ya sueltos galeotes les tiraban.
Entristecióse mucho Sancho deste suceso, porque se le representó que los que iban huyendo habían de dar noticia del caso a la Santa Hermandad, la cual a campana herida saldría a buscar los delincuentes , y así se lo dijo a su amo, y le rogó que luego de allí se partiesen y se emboscasen en la sierra, que estaba cerca.
—Bien está eso —dijo don Quijote—, pero yo sé lo que ahora conviene que se haga.
Y llamando a todos los galeotes, que andaban alborotados y habían despojado al comisario hasta dejarle en cueros, se le pusieron todos a la redonda para ver lo que les mandaba, y así les dijo:
—De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud.  Dígolo porque ya habéis visto, señores, con manifiesta experiencia, el que de mí habéis recebido; en pago del cual querría y es mi voluntad que, cargados de esa cadena que quité de vuestros cuellos, luego os pongáis en camino y vais a la ciudad del Toboso y allí os presentéis ante la señora Dulcinea del Toboso y le digáis que su caballero, el de la Triste Figura, se le envía a encomendar, y le contéis punto por punto todos los que ha tenido esta famosa aventura hasta poneros en la deseada libertad; y, hecho esto, os podréis ir donde quisiéredes, a la buena ventura.
Respondió por todos Ginés de Pasamonte y dijo:
—Lo que vuestra merced nos manda, señor y libertador nuestro, es imposible de toda imposibilidad cumplirlo, porque no podemos ir juntos por los caminos, sino solos y divididos, y cada uno por su parte, procurando meterse en las entrañas de la tierra, por no ser hallado de la Santa Hermandad, que sin duda alguna ha de salir en nuestra busca. Lo que vuestra merced puede hacer y es justo que haga es mudar ese servicio y montazgo de la señora Dulcinea del Toboso en alguna cantidad de avemarías y credos, que nosotros diremos por la intención de vuestra merced, y esta es cosa que se podrá cumplir de noche y de día, huyendo o reposando, en paz o en guerra; pero pensar que hemos de volver ahora a las ollas de Egipto, digo, a tomar nuestra cadena y a ponernos en camino del Toboso, es pensar que es ahora de noche, que aún no son las diez del día, y es pedir a nosotros eso como pedir peras al olmo. —Pues voto a tal —dijo don Quijote, ya puesto en cólera—, don hijo de la puta, don Ginesillo de Paropillo, o como os llamáis, que habéis de ir vos solo, rabo entre piernas , con toda la cadena a cuestas.
Pasamonte, que no era nada bien sufrido, estando ya enterado que don Quijote no era muy cuerdo, pues tal disparate había acometido como el de querer darles libertad, viéndose tratar de aquella manera, hizo del ojo a los compañeros, y, apartándose aparte, comenzaron a llover tantas piedras sobre don Quijote, que no se daba manos a cubrirse con la rodela; y el pobre de Rocinante no hacía más caso de la espuela que si fuera hecho de bronce. Sancho se puso tras su asno y con él se defendía de la nube y pedrisco que sobre entrambos llovía. No se pudo escudar tan bien don Quijote, que no le acertasen no sé cuántos guijarros en el cuerpo, con tanta fuerza, que dieron con él en el suelo; y apenas hubo caído, cuando fue sobre él el estudiante y le quitó la bacía de la cabeza y diole con ella tres o cuatro golpes en las espaldas y otros tantos en la tierra, con que la hizo pedazos. Quitáronle una ropilla que traía sobre las armas , y las medias calzas le querían quitar, si las grebas no lo estorbaran. A Sancho le quitaron el gabán y, dejándole en pelota, repartiendo entre sí los demás despojos de la batalla, se fueron cada uno por su parte, con más cuidado de escaparse de la Hermandad que temían que de cargarse de la cadena e ir a presentarse ante la señora Dulcinea del Toboso.


Solos quedaron jumento y Rocinante, Sancho y don Quijote: el jumento, cabizbajo y pensativo, sacudiendo de cuando en cuando las orejas, pensando que aún no había cesado la borrasca de las piedras que le perseguían los oídos; Rocinante, tendido junto a su amo, que también vino al suelo de otra pedrada; Sancho, en pelota y temeroso de la Santa Hermandad; don Quijote, mohinísimo de verse tan malparado por los mismos a quien tanto bien había hecho.


https://www.youtube.com/watch?v=BH9H-5FaQEE


REFLEXIÓN SOBRE LA LECTURA. El inicio del capítulo alude a uno de los narradores/transcriptores del manuscrito encontrado, Cide Hamete Benengeli: el autor insiste en subrayar un pacto narrativo con el lector del texto, en el que la superposición o interposición de narradores es un artefacto para lograr la verosimilitud de la obra. Por otra parte, este arranque tiene la peculiaridad de que, en primer término, el autor coloca al lector dentro de la novela, como construcción narrativa (referencias al capítulo inmediatamente anterior e inclusión de una ristra de adjetivos valorativos para calificar positivamente el relato), para, justo después, meterlo de lleno en la realidad del texto, a través de la mirada de don Quijote, quien «alzó los ojos» y «vio»: el autor me hace consciente de que estoy leyendo, pero, en un momento dado, miro y veo con el personaje, me meto en la escena como Alicia, al atravesar el espejo, me olvido de la ficción y comparto con don Quijote, observo y escucho con él, temo por él… el nivel de la ficción y de la realidad se ensamblan de modo que el lector transita entre lo metaliterario y lo vital con absoluta naturalidad. Se anuncia ya en este comienzo una de las claves temáticas del capítulo: la del libro-vida o la vida-libro, que se presenta a partir del libro autobiográfico y picaresco de Ginés de Pasamonte, que, ante una pregunta de don Quijote sobre si el libro al que alude está acabado, manifiesta: «¿Cómo puede estar acabado si no está acabada mi vida?». Este tema, que tan explotado ha sido en la literatura contemporánea, nos hace pensar en la falacia de oposiciones, habitualmente utilizadas en la práctica interpretativa y didáctica, como la de vida y literatura, fondo y forma, texto y contexto. Cervantes nos propone una lectura integral e integrada, sin patrones de pensamiento ajustados a unos compartimentos estanco, basados en oposiciones irreales. Leer es vivir y vivir es leer. El Quijote activa continuamente este axioma interpretativo. Por otra parte y de un modo indirecto, Cervantes está intensificando la verosimilitud de su propio relato, porque no es don Quijote quien escribe en primera persona el relato de sus aventuras: el caballero no ha de justificarse por nada, como los narradores picarescos en primera persona; otros se encargan de la narración, más objetiva, de sus hazañas. La antagonía entre don Quijote como novela y la referencia a la novela interpolada de Ginés de Pasamonte vuelve a poner de manifiesto la preocupación del autor por la cuestión de la verosimilitud y quizá cierta desconfianza hacia los narradores en primera persona, que retratan su propia vida de delito. En cuanto al cierre del capítulo, es casi una especie de costumbre en la novela: muchas de las aventuras acaban a palos, como las representaciones de títeres, a las que, por cierto, se rinde homenaje en el capítulo dedicado al retablo de Maese Pedro. La grandeza de este final, previsible para un lector que se siente satisfecho al comprobar que sus hipótesis iban por buen camino y que, por tanto, se le puede considerar un «buen lector» —los escritores geniales suelen utilizar este tipo de estrategias de autogratificación con sus lectores— , reside en una imagen, muy visual y humana: la de ese don Quijote «mohinísimo de verse tan malparado por los mismos a quien tanto bien había hecho». El superlativo es impagable.


1) ¿Son significativas las maneras de iniciar y cerrar el capítulo? Como lector, ¿desde qué tipo de pacto narrativo doy comienzo a mi lectura?


 REFLEXIÓN SOBRE LA LECTURA. El lector asiste con don Quijote a una escena patética: una fila de hombres encadenados que acuden a encontrarse con su destino adverso. Van forzados. Contra su voluntad. Y los que miramos —don Quijote y nosotros con él— sentimos compasión y posiblemente interés. La situación nos parece en principio lastimosa e injusta. En ese momento, a través del diálogo, Sancho interviene y le pone nombre a nuestro desconcierto y a nuestra pena: «Esta es cadena de galeotes. Gente forzada del rey, que va a galeras». Sancho nombra y explica, define y justifica a través del lenguaje, un hecho. Institucionaliza lo que por naturalaza resulta inhumano: la vulnerabilidad del forzado, su dolor, las cadenas que aprietan los miembros de los hombres. El lenguaje nombra, ordena, facilita vínculos, coadyuva a que se compartan creencias y valores. Es un arma poderosa y poliédrica. El lenguaje es un instrumento de comunicación, pero también una herramienta para la manipulación, que ciñe y acota la libertad del pensamiento: en esta iniciativa de Sancho, que pone nombre a lo que ve, ajustándose a los cánones conceptuales que conoce, se anuncia otro de los temas fundamentales del capítulo: Cervantes reflexiona sobre los límites y el alcance del lenguaje; el juego cómico con las metáforas de las jergas delictivas, los dobles sentidos, creo que apuntan en esa dirección: el enamorado lo es de lo ajeno; el cantor es el que confiesa tras haber sido torturado; el término «alcahuete» se desprende de sus connotaciones negativas para exhibir el lado positivo de su utilidad, de empleo socialmente necesario. Don Quijote exhibe una suerte de ingenuidad lingüística que evidencia su buscada ingenuidad social. Lo que ve no le gusta, no sabe cómo se llama, prefiere verlo con los ojos de los libros de caballerías, no participar del lenguaje de las germanías, del lado oscuro de las cosas. No participar de un lenguaje es no participar de unos valores. Don Quijote necesita un traductor para hablar con los presos y, cuando él mismo se manifiesta, lo hace en el registro arcaico del ideal que persigue: el de los libros de caballerías, donde la idea de rey es incompatible con la inhumanidad o el forzamiento. El lenguaje en este capítulo es cooperación, búsqueda de estrategias para entender, el lenguaje es concreción de valores y herramienta para construir valores nuevos —por extensión, esto sería aplicable al propio fenómeno literario—; el lenguaje es seña de identidad; material para jugar; y arma mágica y metafórica para deformar la realidad —pensemos en las mutaciones quijotescas, las Dulcineas, las Maritornes, los molinos y los gigantes—, que tienen una función parecida a la de la hipérbole o el eufemismo laboral: una regulación de plantilla atenúa el desgarro real de un despido masivo.


2) ¿Cómo se consigue, en las primeras páginas de este capítulo, que don Quijote pase del espejismo a la realidad?, ¿cómo se incardinan en esta ocasión lo ideal y lo real?


 REFLEXIÓN SOBRE LA LECTURA. A la ingenuidad lingüística de don Quijote, hay combinaciones del lenguaje que no le cuadran: «¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna gente?». El espíritu libertario y la nobleza de los principios del caballero se manifiestan, esta vez, a través del tema de la justicia, en el que quizá se pueda percibir también algún componente de tipo autobiográfico —de todos es conocido el calvario judicial que padeció el autor prácticamente a lo largo de toda su vida; de hecho, se cree que el autor comenzó a escribir el Quijote estando preso—. El ideal de la justicia, el deseo de la justicia, la ingenuidad humanitaria de don Quijote vuelve a darse de bruces contra la necesidad represiva de la realidad: la justicia se vincula casi siempre al hecho de la limitación de las libertades. La libertad es un valor, casi absoluto, para el personaje, para el autor, para los nuevos tiempos en los que se fragua esta novela. Hay que recordar que el caballero se queda mohinísimo y que su aventura está a punto de acabar bien: la cabezonería del caballero —el ideal codificado y metódico del caballero— provoca que las ganas de razonar de Ginés de Pasamonte se conviertan en una lluvia de pedradas. Ginés es un personaje positivo y la acción libertadora de don Quijote no se valora de un modo tan negativo en el texto; tal vez, podamos entrever en estas sutilezas la posición del propio Cervantes respecto a la justicia de su tiempo; en este sentido es muy significativo el discurso con el que don Quijote pretende convencer a los guardas y al comisario de la necesidad de liberar a la recua de galeotes: en él manifiesta que el juicio de los jueces puede ser torcido y que Dios y la naturaleza hicieron libres a los hombres. ¿Disentiría la mente más sensata de tal aserto? Tal vez, las pedradas del desenlace sean una hipocresía por parte del autor que, en el contexto de emisión de la obra, no puede dejar al héroe caballeresco sin justo castigo ni presentar a los condenados a galeras por el rey como ejemplos de benevolencia y compasión con la desgracia ajena. Otro elemento autobiográfico se trasluce en la declaración de Ginés de Pasamonte, quien afirma, no por casualidad, que «siempre las desdichas persiguen al buen ingenio»: no nos olvidemos que Pasamonte está hablando de literatura y emite un comentario que, sin duda, cuadra con las particularidades biográfico-literarias de don Miguel de Cervantes, quien al poner sus propias reflexiones en boca de un delincuente, tal vez, esté esbozando un autorretrato en clave paródica, o tal vez cuestionando la naturaleza estereotipada —el significado convencional de la palabra— del vil, corrupto, maligno y obcecado «delincuente», que posiblemente deba ser mirado bajo una luz menos prejuiciada.


3) ¿Qué valores entraña la aparición del tema de la justicia en el capítulo?, ¿existe algún elemento de tipo autobiográfico?


REFLEXIÓN SOBRE LA LECTURA. El capítulo presenta una estructura muy clara: en primer término, un pasaje introductorio que enlaza el capítulo que comienza con el anterior y con el resto de la historia; después, un diálogo entre don Quijote y Sancho, que contextualiza la escena; a continuación, la conversación con el guarda, que da paso a la entrevista que el caballero mantiene con cada uno de los galeotes, quienes bien en primera persona, bien por mediación de un compañero, explican los motivos que les han llevado a verse en tan penosa situación; el último de estos relatos, más extenso, es el de Ginés de Pasamonte, autor de la historia de su vida, obra correspondiente al género picaresco, tal como se puede deducir por la mención al Lazarillo; acto seguido, don Quijote, habiendo escuchado las desgracias de los otros, discursea sobre la justicia y solicita al comisario la liberación de los presos; ante la negativa de éste, comienza una escena de lucha y desconcierto que concluye con la huida de los galeotes; justo antes del desenlace, el caballero solicita a los presos que vayan al Toboso a presentar a Dulcinea sus respetos; ante la razonable negativa de Ginés de Pasamonte, don Quijote se enfada y comienza la lluvia de pedradas contra el libertador y su escudero, que acaba con el caballero «mohinísimo» tras haber sido maltratado por los mismos a quienes había hecho un bien. La secuenciación de las partes es ágil, intercala lo narrativo con el diálogo, y deslumbra con un sentido del humor, basado en los juegos del lenguaje, en el que Cervantes, en definitiva, está dando voz a los que no suelen tomar la palabra, a no ser que sea dentro de los límites de la convención literaria picaresca.

Biografía de Cervantes 




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